viernes, 20 de julio de 2007

¿Verdades míticas? - Mito y realidad -


Quienes nos encontramos inmersos en el psicoanálisis no podemos dejar de reconocer que en sus orígenes, diversos autores apelaron a los mitos para transmitir sus pensamientos, considerándoselos en nuestros días un tema tan vigente como histórico. Responder qué es un mito es una pregunta que se torna difícil, ya que muchas son las respuestas que se vienen dando de acuerdo a preferencias y filiaciones del saber.

Desde la filosofía, Ferrater Mora (1) lo define como el relato de algo fabuloso que se supone acontecido en un pasado remoto y casi siempre impreciso, referente a la acción de las cosas personificadas. El mito queda así vinculado irreversiblemente a la personificación de las cosas, a una concepción según la cual los seres y fenómenos son convertidos en dioses. Vemos así como el mito equivale a una explicación simbólica de algo que no puede ser demostrado. Es una explicación ingenua, arbitraria y ficticia, que tiende a expresar hondos problemas en virtud de una transformación de la realidad natural. Surgen del intolerante hecho de ignorar, no saber e intentar dar explicaciones para resolver los enigmas que rodean a la humanidad. Por consiguiente, el simbolismo detrás de todo mito será una tarea ardua de la cual se ocupará el psicoanálisis.

Desde el comienzo de su obra, Freud se basó en diversos relatos míticos para elaborar su doctrina, considerándolos como el más importante testimonio que se posee de las circunstancias de la humanidad primitiva. Es así como llega a comparar a los impulsos instintivos con entidades míticas. La interpretación psicoanalítica busca el porqué y el para qué del mito, en la certeza de que “es un drama humano condensado” (2). De este modo se torna evidente el gran valor y simbolismo del sentido oculto detrás del mismo, que a veces nos permite ahondar en las raíces profundas de determinadas culturas y civilizaciones.

El pensamiento mítico aporta fabulaciones sobre lo que se ve y no se comprende, siendo importante tenerlos en cuenta en la explicación del hombre. Freud lo ha puesto de manifiesto al afirmar que en lo más profundo del ser humano, una mitología latente tiene en las leyendas antiguas, no sólo ejemplos sino también principios de explicación; por el hecho de que una vida personal no se narra solamente sobre sí misma, ya que la historia se ofrece como una cuestión cultural. Por eso, los mitos dibujan las aprehensiones del pensamiento, del deseo, de la imaginación. Esto fue lo que lo llevó a hacer de los mitos más antiguos, las primeras estructuras en función de las cuales se definen las reacciones y comportamiento humano, pudiendo decir que existe una captación legendaria de lo real, donde el mito interviene para dar sentido a la actualidad (3). No plantea problemas, sino que da por resuelto los dilemas. El mito sirve para entender y ordenar al ambiente y a uno mismo; por su camino se intenta llegar a una comprensión profunda de los fenómenos humanos y de la naturaleza.

Al momento de considerar los mitos, es importante tener presente que de hecho, no ha ocurrido lo que dice el relato, pero que, de algún modo, lo que expresan responde a lo real. Podemos considerar entonces al mito como un modo de expresar ciertas verdades psíquicas que no pueden ser expresadas de otro modo. Plantean respuestas a los grandes interrogantes universales (origen, incesto, maternidad, muerte, destino, etc.). Se presentan para elaborar una serie de hipótesis en torno a dar una respuesta a un gran enigma. Cabe preguntarse entonces, por qué lo mítico tiene un lugar de privilegio en el discurso psicoanalítico en la constitución de la subjetividad. Podemos pensar que cada respuesta será individual, respondiendo a la particularidad de cada paciente, a pesar que el interrogante se presenta como cultural. Lacan da al mito un carácter estructural, es decir que lo sitúa más allá de cualquier invención subjetiva. Le otorga, de igual manera, carácter de ficción: "El mito es lo que da una forma discursiva a algo que no puede ser transmitido en la definición de la verdad" (4). Es puesto allí en donde el acceso a la verdad se torna en un imposible, en tanto ésta tiene estructura de ficción. Darle carácter estructural al mito, lo aleja de su condición histórica, y le da todo su peso lógico en la estructuración subjetiva (mito edípico). Es decir, opera como lenguaje, en el orden de una organización simbólica necesaria para que un sujeto aparezca. El mito permitirá desplegar en escena la dramática por la que se encuentra atravesado el paciente. El analizante, en la medida en que se vea conmovido por el drama del mito edípico, se ubicará como personaje protagónico de la tragedia, expresando así su singularidad. Podemos pensar, entonces, que el mito actúa como sostén del deseo del analizante. Freud, en La novela familiar del neurótico (5), nos indica que los impulsos psíquicos de la infancia permitirán comprender el mito del nacimiento del héroe. Este relato legendario refleja la mitología con la que el sujeto organizará sus relaciones familiares.

La palabra no puede captarse a sí misma ni captar el movimiento de acceso a la verdad como verdad objetiva. Sólo puede expresarse de modo mítico.
La experiencia analítica está plagada de mani- festaciones que, hablando estrictamente, se tratan de mitos. Freud no se cansó de repetir que el sueño, lo mismo que el síntoma y las formaciones del inconsciente, son una realización de deseos. En Lo Inconsciente, Freud plantea que “Una pulsión no puede devenir nunca objeto de la consciencia. Únicamente puede serlo la idea que lo representa. (...) Si la pulsión no se enlazara a una idea ni se manifestase como un estado afectivo, nada podríamos saber de él” (6). Podemos, entonces, considerar en la práctica analítica a los mitos como representaciones que nos permiten escuchar a las pulsiones. El paralelo del sueño con el mito nos señalará que éste también tiene una condición de acto psíquico, que representa una tentativa de elaboración de situaciones ligadas a traumas, deseos reprimidos y montantes de angustia; que apela, para esa elaboración, a una ficción imaginativa (fábula) en la cual la narración verbal sustituye a la concretización en imágenes visuales; que también deforma y disimula su contenido e intención más directa; que en él se expresa el pensamiento mágico pero mucho más sometido a las exigencias del raciocinio.

Mauricio Abadi (7) define al mito como una producción preñada de sentido, y caracterizada por ser una tentativa de elaboración de situaciones traumáticas o de frustrados deseos prohibidos, mediante el pensamiento mágico. Los relatos míticos intentan organizar situaciones caóticas, ponerle máscara al vacío, llenar de sentido y dar explicaciones sobre aquello que no se puede comprender. Como psicoanalistas, debemos trabajar con los mitos que sostiene el paciente, teniendo por tanto presente que el mito no debiera ocultar la angustia, ni actuar como obstáculo ante el despliegue del deseo. Lo que permitirá el análisis, será cuestionar los relatos míticos, desarmando el sentido de los mismos. El paciente, al evocar el relato mítico, cuestiona su drama; es decir, resignifica su presente. Será una tarea ardua del psicoanálisis encontrar las vacilaciones de la historia mítica, muchas veces cristalizada, permitiendo que por las fisuras y ambigüedades del discurso se filtre el deseo del paciente.

Marina V. Alfonsín

(1) José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía
(2) Roberto Doria Medina Eguía, Amerindia: mitos y psicoanálisis
(3) Leopoldo Müller, Como sabe el mito que sabe,
Rev. Relaciones,
nro.112, 1993
(4) Jacques Lacan, El mito individual del neurótico,
Intervenciones
y textos 1
(5) Sigmund Freud, La novela familiar del neurótico
(6) Sigmund Freud, Lo Inconsciente
(7) Mauricio Abadi, Renacimiento de Edipo

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