domingo, 12 de julio de 2020

Covid-19 e infancia

Covid-19 e infancia





     Si bien el covid-19 y la situación de aislamiento social  por la que nos vemos atravesados en esta época parece algo novedoso para la sociedad no deja de ser algo constante que se observa en cuentos clásicos de antaño. ¿A qué me estoy refiriendo? Al aislamiento de los niños como prohibición de salir y relacionarse con los pares, interactuar y jugar. 

  ¿Cómo elaboran los niños las situaciones por las que transitan, padecen y muchas veces resultan traumáticas y dolorosas? A través del juego de roles, muchas veces cambiando el lugar de padeciente por el de villano o héroe y de este modo triunfar sobre  aquello que lo aqueja. También a través de relatos de cuentos,  que muchas de esas historias se convirtieron en films.

    El cuento de Rapunzel al igual que la película “Enredados” presenta la historia de una princesa  encerrada por una bruja en una torre, aislada del mundo y cuyo su único contacto con el entorno se da  cuando suelta su extenso cabello a modo de soga para escapar del  encierro. Este relato que ya era conocido por una niña de 6 años, durante el periodo de aislamiento impuesto por la Ciudad se convirtió en su cuento preferido,  el cual evocaba habitualmente a su familia. Pedía que la peinasen con trenzas, imitando a Rapunzel. Refiere “A Rapunzel no la dejaba salir la bruja malvada de la cárcel (torre)  pero acá tenemos el Corona Virus que no me deja salir a la calle” (sic).  Esto demuestra que los permisos de fin de semana  para salir son vivenciados como pequeños logros con la ilusión que pronto llegue el final feliz de este cuento  y recupere su libertad como la princesa de la ficción. Cuando sale a la calle lo hace con tapabocas y manifiesta su incomodidad para respirar con la nariz cubierta.  Muy seria reflexiona y compara: “Pobres las bananas que hasta que le sacas la cascara no pueden respirar, las bananas usan barbijos todo el tiempo” (sic).  

    No podemos  ignorar que el cambio abrupto y repentino de la instalación del aislamiento social trajo consecuencias en adultos y niños. Algunos lo vivenciaron  en el comienzo como  vacaciones,  como quedarse unos días en casa para cuidarse, considerando al hogar como refugio para estar a salvo de los peligros del mundo exterior. Pero como el tiempo fue pasando y no hay fecha de finalización, capítulo final, trajo aparejado angustia, ansiedad y emociones no esperadas, llanto repentino, etc.  Hay púberes y adolescentes que prefieren permanecer en sus hogares y comunicarse sólo  a través de la tecnología.  Sin embargo,  los niños expresan sus emociones a través del cuerpo, y suelen aparecer conductas regresivas como modo de volver a etapas ya superadas y en las que se sentía seguridad. Podían surgir berrinches, falta de control de esfínteres o pedir dormir con los padres como búsqueda de contención y seguridad ante tanta situación sin respuestas. 

    Cambió su rutina, aquello justamente que por ser cotidiano y repetitivo les otorgaba seguridad. Por ejemplo cuando iban al jardín sabían que a la salida irían a su casa y después de alguna actividad familiar sería la hora de la cena.  La rutina ordena y tranquiliza porque permite saber anticipadamente que es lo que sucederá después. Pero si de repente no concurren al jardín, no visitan a los abuelos, no van a la plaza y no se sienten contenidos y sostenidos en este tránsito intentaran expresarse como puedan a través de síntomas corporales o conductas muchas veces desestimadas por los adultos. 

  El cambio de rutina al  que estaban acostumbrados implicará el desafío de alcanzar la suficiente flexibildad para adaptarse a la nueva situación y encontrar el equilibrio perdido. Por eso, es importante estar atento ante cambios de conducta o síntomas que aparezcan para ayudarlos a transitar esta etapa y si es necesario realizar la consulta sin desestimar la importancia de las experiencias infantiles como cimientos de la vida adulta.