Covid-19 e infancia
Si bien el covid-19 y la situación de aislamiento social por la que nos vemos atravesados en esta época parece algo novedoso para la sociedad no deja de ser algo constante que se observa en cuentos clásicos de antaño. ¿A qué me estoy refiriendo? Al aislamiento de los niños como prohibición de salir y relacionarse con los pares, interactuar y jugar.
¿Cómo elaboran los niños las situaciones por
las que transitan, padecen y muchas veces resultan traumáticas y dolorosas? A través del juego de roles, muchas veces
cambiando el lugar de padeciente por el
de villano o héroe y de este modo triunfar sobre aquello que lo aqueja. También a través de
relatos de cuentos, que muchas de esas
historias se convirtieron en films.
El cuento de Rapunzel al igual que la película
“Enredados” presenta la historia de una princesa encerrada por una bruja en una torre, aislada
del mundo y cuyo su único contacto con el entorno se da cuando suelta su extenso cabello a modo de
soga para escapar del encierro. Este relato que ya era conocido por una
niña de 6 años, durante el periodo de aislamiento impuesto por la Ciudad se
convirtió en su cuento preferido, el
cual evocaba habitualmente a su familia. Pedía que la peinasen con trenzas, imitando
a Rapunzel. Refiere “A Rapunzel no la
dejaba salir la bruja malvada de la cárcel (torre) pero acá tenemos el Corona Virus que no me
deja salir a la calle” (sic). Esto demuestra
que los permisos de fin de semana para
salir son vivenciados como pequeños logros con la ilusión que pronto llegue el
final feliz de este cuento y recupere su
libertad como la princesa de la ficción. Cuando sale a la calle lo hace con tapabocas y manifiesta su incomodidad
para respirar con la nariz cubierta. Muy
seria reflexiona y compara: “Pobres las bananas que hasta que le sacas la
cascara no pueden respirar, las bananas usan barbijos todo el tiempo” (sic).
No podemos ignorar que el cambio abrupto y repentino de
la instalación del aislamiento social trajo consecuencias en adultos y niños.
Algunos lo vivenciaron en el comienzo como vacaciones, como quedarse unos días en casa para cuidarse,
considerando al hogar como refugio para estar a salvo de los peligros del mundo
exterior. Pero como el tiempo fue pasando y no hay fecha de finalización, capítulo final, trajo aparejado angustia, ansiedad
y emociones no esperadas, llanto repentino, etc. Hay púberes y adolescentes que prefieren
permanecer en sus hogares y comunicarse sólo a través de la tecnología. Sin embargo,
los niños expresan sus emociones a través del cuerpo, y suelen aparecer conductas regresivas como
modo de volver a etapas ya superadas y en las que se sentía seguridad. Podían surgir
berrinches, falta de control de esfínteres o pedir dormir con los padres como búsqueda de
contención y seguridad ante tanta situación sin respuestas.
Cambió su rutina, aquello justamente que por
ser cotidiano y repetitivo les otorgaba seguridad. Por ejemplo cuando iban al
jardín sabían que a la salida irían a su casa y después de alguna actividad
familiar sería la hora de la cena. La
rutina ordena y tranquiliza porque permite saber
anticipadamente que es lo que sucederá después. Pero si de repente no concurren
al jardín, no visitan a los abuelos, no van a la plaza y no se sienten
contenidos y sostenidos en este tránsito intentaran expresarse como puedan a través de
síntomas corporales o conductas muchas veces desestimadas por los adultos.
El cambio de rutina al que estaban acostumbrados implicará el desafío
de alcanzar la suficiente flexibildad para adaptarse a la nueva situación y encontrar
el equilibrio perdido. Por eso, es importante estar atento ante cambios de
conducta o síntomas que aparezcan para ayudarlos a transitar esta etapa y si es
necesario realizar la consulta sin desestimar la importancia de las
experiencias infantiles como cimientos de la vida adulta.
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