Saber determinar a tiempo el momento para realizar una consulta psicológica por un niño no es una tarea sencilla. Como padres, debemos estar atentos a los primeros indicios o pistas que nos puedan orientar en tal sentido; por ejemplo, cambios en la conducta, dificultad para relacionarse con compañeros y amigos, aumento de la agresividad, miedos, terrores nocturnos, frecuentes berrinches, llanto sin motivo aparente y angustia, entre otros síntomas que muchas veces podrían estar encubriendo aquello que el niño no sabe cómo expresar en palabras.
Si bien es esperable que el niño alcance logros en las etapas evolutivas por las que irá atravesando, algún conflicto interno emocional o familiar puede producir estancamientos que le impidan seguir avanzando. Las mudanzas, los cambios de escuela o la muerte de un familiar cercano, por ejemplo, ocasionan en el niño duelos. Al no poder ser elaborada la situación de pérdida, es posible entonces que aparezcan síntomas, angustias e inhibiciones que interfieran en el desarrollo del niño, provocándole dificultades en el aprendizaje u otro tipo de consecuencias. Por ello, y pese a que es importante respetar los tiempos de cada niño, habrá que estar atentos a los retrocesos que pudieran sucederse en el transcurso del crecimiento.
Es necesario destacar en este punto que, más allá de las situaciones ya expuestas, cualquier nuevo acontecimiento cuya elaboración resulte dificultosa para el niño puede ocasionar en él conductas regresivas. La llegada de un nuevo hermanito, por ejemplo, podría llevarlo a querer usar de nuevo el chupete y hacerse pis. El regreso a estadios del desarrollo ya superados debería ser momentáneo, para luego continuar el transcurso normal de su evolución.
Muchos padres suelen desestimar este tipo de síntomas, pensando que cuando sus hijos crezcan “se les van a pasar”. Lo ideal es acompañar a nuestros niños en su crecimiento con contención y seguridad, para que el día del mañana estén preparados para enfrentar mejor los desafíos que se les presenten y no acarreen síntomas o trastornos de la infancia, que pudieran haber sido superados en su momento.
La reproducción total o parcial de este artículo en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier medio de almacenamiento y recuperación de información no autorizada por el autor viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
Si bien es esperable que el niño alcance logros en las etapas evolutivas por las que irá atravesando, algún conflicto interno emocional o familiar puede producir estancamientos que le impidan seguir avanzando. Las mudanzas, los cambios de escuela o la muerte de un familiar cercano, por ejemplo, ocasionan en el niño duelos. Al no poder ser elaborada la situación de pérdida, es posible entonces que aparezcan síntomas, angustias e inhibiciones que interfieran en el desarrollo del niño, provocándole dificultades en el aprendizaje u otro tipo de consecuencias. Por ello, y pese a que es importante respetar los tiempos de cada niño, habrá que estar atentos a los retrocesos que pudieran sucederse en el transcurso del crecimiento.
Es necesario destacar en este punto que, más allá de las situaciones ya expuestas, cualquier nuevo acontecimiento cuya elaboración resulte dificultosa para el niño puede ocasionar en él conductas regresivas. La llegada de un nuevo hermanito, por ejemplo, podría llevarlo a querer usar de nuevo el chupete y hacerse pis. El regreso a estadios del desarrollo ya superados debería ser momentáneo, para luego continuar el transcurso normal de su evolución.
Muchos padres suelen desestimar este tipo de síntomas, pensando que cuando sus hijos crezcan “se les van a pasar”. Lo ideal es acompañar a nuestros niños en su crecimiento con contención y seguridad, para que el día del mañana estén preparados para enfrentar mejor los desafíos que se les presenten y no acarreen síntomas o trastornos de la infancia, que pudieran haber sido superados en su momento.
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