viernes, 20 de julio de 2007

¿Verdades míticas? - Mito y realidad -


Quienes nos encontramos inmersos en el psicoanálisis no podemos dejar de reconocer que en sus orígenes, diversos autores apelaron a los mitos para transmitir sus pensamientos, considerándoselos en nuestros días un tema tan vigente como histórico. Responder qué es un mito es una pregunta que se torna difícil, ya que muchas son las respuestas que se vienen dando de acuerdo a preferencias y filiaciones del saber.

Desde la filosofía, Ferrater Mora (1) lo define como el relato de algo fabuloso que se supone acontecido en un pasado remoto y casi siempre impreciso, referente a la acción de las cosas personificadas. El mito queda así vinculado irreversiblemente a la personificación de las cosas, a una concepción según la cual los seres y fenómenos son convertidos en dioses. Vemos así como el mito equivale a una explicación simbólica de algo que no puede ser demostrado. Es una explicación ingenua, arbitraria y ficticia, que tiende a expresar hondos problemas en virtud de una transformación de la realidad natural. Surgen del intolerante hecho de ignorar, no saber e intentar dar explicaciones para resolver los enigmas que rodean a la humanidad. Por consiguiente, el simbolismo detrás de todo mito será una tarea ardua de la cual se ocupará el psicoanálisis.

Desde el comienzo de su obra, Freud se basó en diversos relatos míticos para elaborar su doctrina, considerándolos como el más importante testimonio que se posee de las circunstancias de la humanidad primitiva. Es así como llega a comparar a los impulsos instintivos con entidades míticas. La interpretación psicoanalítica busca el porqué y el para qué del mito, en la certeza de que “es un drama humano condensado” (2). De este modo se torna evidente el gran valor y simbolismo del sentido oculto detrás del mismo, que a veces nos permite ahondar en las raíces profundas de determinadas culturas y civilizaciones.

El pensamiento mítico aporta fabulaciones sobre lo que se ve y no se comprende, siendo importante tenerlos en cuenta en la explicación del hombre. Freud lo ha puesto de manifiesto al afirmar que en lo más profundo del ser humano, una mitología latente tiene en las leyendas antiguas, no sólo ejemplos sino también principios de explicación; por el hecho de que una vida personal no se narra solamente sobre sí misma, ya que la historia se ofrece como una cuestión cultural. Por eso, los mitos dibujan las aprehensiones del pensamiento, del deseo, de la imaginación. Esto fue lo que lo llevó a hacer de los mitos más antiguos, las primeras estructuras en función de las cuales se definen las reacciones y comportamiento humano, pudiendo decir que existe una captación legendaria de lo real, donde el mito interviene para dar sentido a la actualidad (3). No plantea problemas, sino que da por resuelto los dilemas. El mito sirve para entender y ordenar al ambiente y a uno mismo; por su camino se intenta llegar a una comprensión profunda de los fenómenos humanos y de la naturaleza.

Al momento de considerar los mitos, es importante tener presente que de hecho, no ha ocurrido lo que dice el relato, pero que, de algún modo, lo que expresan responde a lo real. Podemos considerar entonces al mito como un modo de expresar ciertas verdades psíquicas que no pueden ser expresadas de otro modo. Plantean respuestas a los grandes interrogantes universales (origen, incesto, maternidad, muerte, destino, etc.). Se presentan para elaborar una serie de hipótesis en torno a dar una respuesta a un gran enigma. Cabe preguntarse entonces, por qué lo mítico tiene un lugar de privilegio en el discurso psicoanalítico en la constitución de la subjetividad. Podemos pensar que cada respuesta será individual, respondiendo a la particularidad de cada paciente, a pesar que el interrogante se presenta como cultural. Lacan da al mito un carácter estructural, es decir que lo sitúa más allá de cualquier invención subjetiva. Le otorga, de igual manera, carácter de ficción: "El mito es lo que da una forma discursiva a algo que no puede ser transmitido en la definición de la verdad" (4). Es puesto allí en donde el acceso a la verdad se torna en un imposible, en tanto ésta tiene estructura de ficción. Darle carácter estructural al mito, lo aleja de su condición histórica, y le da todo su peso lógico en la estructuración subjetiva (mito edípico). Es decir, opera como lenguaje, en el orden de una organización simbólica necesaria para que un sujeto aparezca. El mito permitirá desplegar en escena la dramática por la que se encuentra atravesado el paciente. El analizante, en la medida en que se vea conmovido por el drama del mito edípico, se ubicará como personaje protagónico de la tragedia, expresando así su singularidad. Podemos pensar, entonces, que el mito actúa como sostén del deseo del analizante. Freud, en La novela familiar del neurótico (5), nos indica que los impulsos psíquicos de la infancia permitirán comprender el mito del nacimiento del héroe. Este relato legendario refleja la mitología con la que el sujeto organizará sus relaciones familiares.

La palabra no puede captarse a sí misma ni captar el movimiento de acceso a la verdad como verdad objetiva. Sólo puede expresarse de modo mítico.
La experiencia analítica está plagada de mani- festaciones que, hablando estrictamente, se tratan de mitos. Freud no se cansó de repetir que el sueño, lo mismo que el síntoma y las formaciones del inconsciente, son una realización de deseos. En Lo Inconsciente, Freud plantea que “Una pulsión no puede devenir nunca objeto de la consciencia. Únicamente puede serlo la idea que lo representa. (...) Si la pulsión no se enlazara a una idea ni se manifestase como un estado afectivo, nada podríamos saber de él” (6). Podemos, entonces, considerar en la práctica analítica a los mitos como representaciones que nos permiten escuchar a las pulsiones. El paralelo del sueño con el mito nos señalará que éste también tiene una condición de acto psíquico, que representa una tentativa de elaboración de situaciones ligadas a traumas, deseos reprimidos y montantes de angustia; que apela, para esa elaboración, a una ficción imaginativa (fábula) en la cual la narración verbal sustituye a la concretización en imágenes visuales; que también deforma y disimula su contenido e intención más directa; que en él se expresa el pensamiento mágico pero mucho más sometido a las exigencias del raciocinio.

Mauricio Abadi (7) define al mito como una producción preñada de sentido, y caracterizada por ser una tentativa de elaboración de situaciones traumáticas o de frustrados deseos prohibidos, mediante el pensamiento mágico. Los relatos míticos intentan organizar situaciones caóticas, ponerle máscara al vacío, llenar de sentido y dar explicaciones sobre aquello que no se puede comprender. Como psicoanalistas, debemos trabajar con los mitos que sostiene el paciente, teniendo por tanto presente que el mito no debiera ocultar la angustia, ni actuar como obstáculo ante el despliegue del deseo. Lo que permitirá el análisis, será cuestionar los relatos míticos, desarmando el sentido de los mismos. El paciente, al evocar el relato mítico, cuestiona su drama; es decir, resignifica su presente. Será una tarea ardua del psicoanálisis encontrar las vacilaciones de la historia mítica, muchas veces cristalizada, permitiendo que por las fisuras y ambigüedades del discurso se filtre el deseo del paciente.

Marina V. Alfonsín

(1) José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía
(2) Roberto Doria Medina Eguía, Amerindia: mitos y psicoanálisis
(3) Leopoldo Müller, Como sabe el mito que sabe,
Rev. Relaciones,
nro.112, 1993
(4) Jacques Lacan, El mito individual del neurótico,
Intervenciones
y textos 1
(5) Sigmund Freud, La novela familiar del neurótico
(6) Sigmund Freud, Lo Inconsciente
(7) Mauricio Abadi, Renacimiento de Edipo

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viernes, 6 de julio de 2007

"Reflexiones sobre el Psicoanálisis con niños"



- ¿Hay un psicoanálisis de niños? -

«Si emprendemos el análisis de niños con la mente abierta, podemos descubrir caminos y medios para explorar las profundidades más recónditas y por los resultados de estos procedimientos podemos darnos cuenta de cuál es la verdadera naturaleza del niño, y vemos que no es necesario imponer restricción alguna al análisis tanto en lo que respecta a la profundidad como en lo que respecta al método con el que trabajemos....».Melanie Klein, 1927

Al haber incursionado en la clínica de niños me he planteado determinadas cuestiones que me han llevado a reflexionar si es lícito distinguir entre un análisis de niños y otro de adultos. La respuesta que cada analista se dé a la pregunta “¿qué es un niño?” incidirá en sus intervenciones, su concepción de la cura y del fin de análisis.

Apoyadas en Freud, las teorías evolutivas del crecimiento asimilaron sin especificar diferencias la edad cronológica de los niños al desarrollo de etapas. En oposición a esta postura, algunos analistas han desechado toda distinción entre un niño y un adulto. Ambas posiciones se contraponen para legitimizar o invalidar al psicoanálisis de niños. Podemos afirmar que es al sujeto al que se dirige todo psicoanálisis cada vez que se recibe la consulta por un niño, apuntando a localizar el tiempo del sujeto y las operaciones incumplidas para su efectuación en la estructura, ya sea como sujeto del inconsciente, subsidiario del deseo, de la pulsión y sus goces o bien del fantasma en el que los articula. Delimitar los tiempos en la consolidación de la estructura permite definir el lugar de los padres, de los juegos, de los juguetes o bien de los dibujos en el encuentro con el sujeto para cada tiempo de la infancia, así como decidir cuándo intervenir y cuándo concluir nuestra intervención, es decir, ubicar el fin de análisis en los tiempos de la infancia. Alba Flesler sostiene que “los tiempos del sujeto no requieren especialistas de niños, reclaman especificidad del acto analítico, diferentes intervenciones según los tiempos de escritura del sujeto y del Otro en la estructura” (1) .

En los tiempos de la infancia se tenderá a la constitución del fantasma que sostenga el deseo, mensurando el acceso del sujeto al goce. Tanto niños como adolescentes plantean finalizar el análisis cuando se encuentran en la escena del mundo habilitados, gracias a ese enmarcado del fantasma, para orientar su deseo y su goce. Esta precipitación no ha de tomarse como un fin de análisis en tanto atravesamiento del fantasma, pero puede ser anticipo de un fin que podrá efectuarse en otro tiempo si el encuentro con el analista dio marco, abrió una puerta al sujeto.


¿LOS NIÑOS DEMANDAN ANÁLISIS?

Cuando los padres traen a su hijo a la entrevista de admisión, podría ser el comienzo de su propio análisis y no el del análisis del hijo, ya que este último forma parte del narcisismo de los padres y a veces ellos no tienen claro cuál es el límite entre la conflictiva de su hijo y la suya.
Sería apresurado sostener que el niño hace una demanda de análisis. Es momento oportuno para aclarar que toda demanda no implica una demanda de análisis. Demanda es demanda de amor, es decir el sujeto demanda ser el objeto amable para el Otro. Lacan expresa “yo no tomo alguien en análisis hasta que no hay una demanda de verdad” (2). Para Lacan demanda de verdad implica un posicionamiento del sujeto en un discurso, una relación del sujeto al saber, a la verdad y por ende a la falta. En ese sentido no podemos plantear para el niño una demanda de verdad porque justamente la estructura no terminó este tiempo de abrochamiento del fantasma fundamental que es la orientación de la búsqueda de saber que le permita preguntarse; el preguntarse implica una relación del sujeto a la verdad y al saber, pero de todos modos podemos decir que en la niñez hay demanda.
Generalmente el niño es traído a la consulta, lo que lo ubicaría en posición de objeto. Esta particularidad del análisis hace que tengamos que escuchar y alojar a los padres, pues necesitamos que la transferencia con los padres se instale. Han depositado un saber en nosotros para resolver la conflictiva de su hijo.


Demanda de análisis des-esperada de un niño


A continuación quiero compartir dos viñetas que me llevaron a plantearme ¿Todo niño es traído a la consulta? ¿Puede haber una demanda propia del niño y a la vez diferente a la demanda de análisis por parte de los padres? ¿Se puede empezar tratamiento sin el deseo de análisis del niño?

Este es el caso de un chico de 8 años, al que llamaré Lucas, y tuve oportunidad de conocer mientras realizaba una pasantía en un colegio primario. Al encontrarse la puerta entreabierta del gabinete psicopedagógico, Lucas ingresó y cuestionó: “A mí nunca me llaman para que venga”. Lo invité a pasar y le pregunté por qué quería venir, a lo que me respondió: “no sé... quiero dibujar”. Me contó que tenía una hermanita con quien le gustaba jugar. Le pedí que dibujara a su familia. Dibujó a la abuela, al abuelo y a él mismo en el medio. El gráfico ocupó el cuadrante superior izquierdo de la hoja y las figuras humanas no contaban con pupilas. Le pregunté si tenía algo para agregar y expresó: “mi papá está internado, no tiene fuerzas para caminar, se siente mal”.

Pude averiguar al respecto que la madre de Lucas falleció a raíz de haber estado infectada por el S.I.D.A. cuando él tenía 2 años, y su padre también portador se hallaba internado en estado terminal. En ese momento Lucas vivía con los abuelos paternos y visitaba regularmente a su hermana de 1 año y medio, fruto del segundo matrimonio del padre. Respecto a ello la maestra comentó que Lucas se manifestaba responsable, inteligente y ávido de aprender e incorporar conocimientos, pero que las últimas semanas lo había notado triste.

Este niño de tan solo 8 años debió plantear por motus propia una demanda des-esperada de tratamiento, ya que no había sido convocado al gabinete a pesar de su situación familiar y el estado de salud terminal de su padre. No se tuvieron en cuenta las fantasías y la angustia que podrían desprenderse a raíz de la grave enfermedad del padre.

No es aleatorio para el colegio que este chico de buena conducta y buen rendimiento escolar no haya sido entrevistado en otras oportunidades, ya que no genera problemas de conducta que provoquen conflictos con otros compañeros e inconvenientes a nivel grupal, desestimándose así los conflictos subyacentes inconscientes.


Demanda del niño versus la demanda materna


Tomando en cuenta los motivos por los que consultan los padres, pueden existir diferencias entre lo que son los síntomas para los padres o los maestros y la propia consideración hecha por el niño sobre aquello que lo hace pensar, que lo martiriza y lo torna insoportable para su entorno e infeliz para sí mismo. A veces parecen no coincidir los motivos de consulta de los padres y del niño en cuestión. Esto lo pude comprobar con Pedro, de 11 años, cuya madre relata: “creo que está enojado con esto de la enfermedad. En febrero me desmayé, estuve 40 días internada, me operaron del corazón. Tengo síndrome de QT prolongado, y a todos mis hijos también se lo detectaron”. Agrega que actualmente están tomando medicación y no pueden hacer actividad física. Como motivo de consulta refiere que viene por “la conducta de Pedro y porque no me dice lo que le pasa realmente; hace burlas, gestos y molesta a los demás”. Asimismo agrega: “Lo que siempre me jodió fue el tema del papá: se puso de novio y no lo saludó más; tiene una hija de un año y medio”.

Cuando entrevisté a Pedro manifestó curiosidad, misterio y desconcierto por el tema sexual. En la primer entrevista dijo que venía porque“cargo, hago lío, a mis compañeros los molesto para llamar la atención. A veces me porto mal porque mi señorita nos grita”. A continuación comenta que tuvo que resolver un problema matemático. El mismo hacía referencia a que “un elefante comía 500 kilos de paja”. Toda la clase se rió; él, como estaba distraído, no entendió el doble sentido desde el principio, y cuando lo comprendió fue el último en reírse, lo que le costó un reto de la maestra: “después vamos a hablar... ¿vos te hacés la paja o ellos?”. Durante gran parte de la sesión manifestó que pensaba ir a contarle lo sucedido a la directora o hacerle un juicio a la maestra. “Mi tía no me cree ésto. Tenía miedo de ir a dirección y que me pase algo, que crean lo que dice la señorita y no me crean a mí porque ella es una persona de confianza, y no la echen, no le digan nada”...“En 3º grado me rompieron la boca porque las maestras no estaban mirando, se me cayeron todos los dientes, por suerte me pusieron fluor”.

Como recorte de las entrevistas preliminares extraje las siguientes frases que grafican el tiempo por el cual Pedro está transitando: “Yo miraba el programa ¨Disputas¨; vi una vez pero no mucho. Vi el final y chau, vi el tercero, el anteúltimo y el último. Mis compañeros se vieron desde el principio”. De sus compañeros expresa: “Una chica Mariela dijo que iba a co, co, (risas) coger con el chico que le gustaba si era el novio... lo dijo por mí, no por otro chico”...“Las chicas querían jugar a la mancha y les dijimos que no; jugaron 10 chicos de 4º, pero cómo las tocaban”... “Daniel y Gabriela andan a los besos y nada, yo también, 5 días con Mariela y chau”... “Yo le dije que era una puta porque se deja tocar”... “Las chicas son re-zarpadas, ven a la seño de inglés embarazada y quieren tener un bebé”...“Me gustan tres; te pegan si las tocas, son re-cuidadas”. “Hablamos con la señorita qué hace el hombre con la mujer y eso las excita a las chicas”, “Mi mamá no quiere ser abuela; mi hermano tiene 17 y la novia 17 y es re-grande”. Respecto de las maestras refiere: “Ni ellas están informadas. Todo chusmerío, chusmerío, una nena me dijo que trajeron una revista porno, no me acuerdo quién me lo dijo”.


La madre se muestra preocupada porque Pedro “no cuenta lo que le pasa realmente”. Esto que le pasa la madre lo asocia a la enfermedad hereditaria familiar que se le detectó este año. Sin embargo, el motivo de consulta de Pedro se circunscribe al segundo despertar sexual. El inicio del drama puberal parece ser el tema que desvela el interés de este pre-púber, según lo corroborado en las entrevistas preliminares. Es probable que con el transcurso del análisis aparezca el tema de la enfermedad, pero como se observa no fue incluido en la demanda.

SINTOMATOLOGÍA EN LA INFANCIA


Lacan define al síntoma como representante de la verdad y sostiene que “en los niños hay dos clases de síntomas: los que están verdaderamente relacionados con la pareja parental, y los síntomas que, ante todo, están en la relación dual del niño y la madre”(3). La sola existencia del síntoma no basta para desencadenar el pedido de análisis. En efecto, el síntoma puede ocasionar sufrimiento, malestar y desdicha, pero si no hay pregunta que se formule a partir de éste, la puerta al dispositivo analítico estará cerrada. En el Seminario 10 dice Lacan que el síntoma se basta a sí mismo y no necesita del Otro.
El paso hacia el análisis implica una transformación, ya que supone la creencia en que el síntoma quiere decir algo que habrá que descifrar. Dimensión, pues, que ya incluye al Otro. Lacan señala que, para que el síntoma salga del estado en que aún no estaría formulado, es necesario que el sujeto advierta que hay una causa. Es por el tiempo del sujeto que el niño no llega a formularse una pregunta sobre su síntoma. Quien se presenta sin pregunta alguna suele tener una teoría sobre su padecimiento; su teoría le brinda algún sentido al sufrimiento. Dándole sentido, cierra el enigma, pero al hablar también abre; y si es que logra hablar dirá más de lo que sabe. Si la infancia se cursa con síntomas, según lo recuerda Freud, ¿cuándo será el momento indicado para consultar por un niño?. La respuesta es simple: Cuando hay síntomas del detenimiento de los tiempos del sujeto en la infancia.


Quiero recordar el análisis de una nena de 6 años a la que denominaré Daniela. Su madre refiere como motivo de consulta que Daniela “se hace pis, se chupa el dedo, está muy distraída en el colegio, no completa las tareas y se quiere ir a jugar”. En una sesión hace un dibujo al que denomina “Un país que está lloviendo”; en otra, titula a su dibujo “Trueno porque llueve”; en otras sesiones aparecen en sus gráficos piletas y charcos de agua, así como manifiesta predilección por pintar con témperas. Se observa como Daniela intenta de manera artística dar nombre a su síntoma, la falta de control de sus esfínteres. Es interesante observar los distintos medios que utilizan los niños para comunicar lo que les pasa. En este caso Daniela con riqueza expresiva graficó su síntoma.


PENSANDO LA TECNICA PSICOANALITICA: “Una imagen vale mas que mil palabras”


Considero que sería caer en un pensamiento falaz creer que:

“Los pájaros se comunican cantando,
los niños solamente se expresan a través del dibujo
y el juego, y los adolescentes y adultos
sólo lo hacen por la escritura y el lenguaje”
Pensar así sería discriminar una clínica del juego para los niños y otra de la palabra para los adultos. La escucha analítica en cada caso en particular debe estar orientada al sujeto. Descartar de antemano la palabra, el juego o el dibujo coarta y rigidifica el despliegue analítico. No podemos desconocer que la relación que los niños tienen con la palabra es bastante diferente a la del adulto, porque el niño en general no le confía la manifestación de su vida interior. El niño recurre con más propiedad a la mímica, a la dramatización, al juego y al dibujo que a la palabra cuando se trata de lo más íntimo, de su afectividad, valiéndose de la palabra sobre todo para comunicaciones intersubjetivas del orden de la realidad social compartida. En las sesiones de niños predomina la acción. Las diferencias técnicas entre el psicoanálisis de niños y de adultos parecen a simple vista obvias: un diván y un sillón en un caso y un caja con juguetes y medios expresivos en el otro. Todos estos recursos serían, en última instancia, prescindibles. Lo más importante es la libre asociación, básica para el logro del análisis, y simétricamente acompañada por la atención flotante del analista.

Margaret Naumburg sostiene como principio que a través del arte “(...) el paciente comienza a proyectar en imágenes lo que no podía expresar en palabras. Tales imágenes pictóricas pueden escapar a la prohibición de la censura de un modo como las palabras no pueden hacerlo. Si esto ocurre, el paciente es confrontado con la evidencia de una imagen de su conflicto en forma de pintura. Cuando un impulso (o un fantasma, etc.) prohibido ha alcanzado tal forma fuera de la psiquis del paciente, éste logra un distanciamiento de su conflicto que a menudo lo capacita para examinar sus problemas con creciente objetividad. El paciente es así ayudado gradualmente a reconocer que sus producciones artísticas pueden ser consideradas como un espejo en que él comienza a develar sus propias motivaciones” (4). Esto demuestra que las expresiones artísticas no son exclusivas del trabajo analítico con niños.

Como las imágenes visuales son más profundas y preverbales, es posible comprender a través de ellas los problemas, síntomas, fantasías, traumas, recuerdos reprimidos y censuras de forma clara y directa, y experimentar los efectos con que están cargadas. Es conocido el proverbio “una imagen vale más que mil palabras”; en este sentido, el arte visual puede traer un trauma a la conciencia en forma menos amenazante que las palabras. No pocas experiencias son casi imposibles de contar en voz alta. Los analistas sabemos que ésta es una verdad indiscutible. En el mejor de los casos se necesita un largo tiempo. Alguien puede estar pintando o expresando afectos o fantasías que no son accesibles a través de la palabra.

Por otra parte, Winnicott sostiene que “la terapia sólo puede comenzar cuando se le ha permitido al paciente tener la capacidad de jugar”(5). El análisis se desarrolla en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del analista. Está relacionado con dos personas que juegan juntas. Esta referencia de Winnicott al juego como fundamento del análisis permite, primero, relativizar la diferencia entre juego y trabajo, y en segundo lugar mostrar hasta qué punto se aproxima el análisis de un adulto al de un niño. Si el paciente no puede jugar, se hace imprescindible realizar intervenciones que le posibiliten jugar. El analista debe ayudarlo a construir un espacio en el que el juego sea posible, construcción que se da en la relación transferencial.

Asimismo, Silvestre nos resume que “poco importa la extrema variabilidad de las técnicas y dispositivos operatorios; finalmente no habría más que un solo psicoanálisis y sería aplicable a los niños” (6).


TRANSFERENCIA CON EL NIÑO


En la Conferencia 34ª Freud se dedica a hacer un contrapunto entre el análisis de un adulto y el análisis posible de un niño. Expresa que “la transferencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores reales siguen presentes (...) y por eso suele ser necesario aunar al análisis del niño algún influjo analítico sobre sus progenitores”. Alba Flesler agrega que “los padres reales están presentes aún” (2). El término “aún” introduce el tiempo actual, porque en realidad los padres están presentes en todo análisis. En el análisis de un adulto, los padres están presentes en el hablar del que vino a consultar por sí mismo. En el adulto neurótico, lo que retorna son los padres de la infancia, en cambio en los niños lo que se trata es lo real de los padres actuales de la infancia.


En la medida en que la transferencia ocupa otro lugar, es necesario entrevistar a los padres. Es decir, ser analistas con los padres, lo que no quiere decir “de” los padres. Desde el lugar de analistas, si los chicos son llevados al análisis porque tienen manifestaciones leídas por los padres como sintomáticas, se trata de analizar como síntoma la relación entre ellos y el niño.

La falta de saber es lo que lleva a que alguien se pregunte algo, pero para que alguien se formule una pregunta tienen que haberse dado las operaciones necesarias en los tiempos de la infancia. De hecho, en la clínica muchas veces se reciben adultos que no se preguntan por qué les pasa lo que les pasa. El preguntarse es un tiempo del sujeto que implica que el Otro haya sostenido la consistencia de un lugar. En un primer tiempo, el niño dirige su pregunta a los padres porque en la estructura ellos son la fuente de todo saber. En la primera pregunta, que es por el origen, por la causa, el niño se dirige al lugar del saber de los padres. Si los padres contestan, responden hasta un tiempo en que ese saber presenta su falla. Los chicos descubren que los padres no dicen todo. Nadie puede decir todo de lo real. Si lo simbólico funciona, ese real es legalizado y el niño podrá orientar su búsqueda de saber más allá de los padres, lo que permitirá que se establezca la transferencia con el analista.

BIBLIOGRAFÍA:

- Sigmund Freud: Conferencia 34ª de las “Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis”
- Jacques Lacan: Dos notas sobre el niño, en Intervenciones y Textos 2; Seminario 10
- (1) Alba Flesler: Revista Actualidad Psicológica Nº 309 La Consulta Terapeútica, “¿Cuándo consultar por un niño?, 2003
- (2) Alba Flesler: Seminario “El lugar de los padres en el psicoanálisis con niños”, 1998
- (3) Jacques - Alain Miller: Revista El carretel, “El niño, entre la mujer y la madre”
- (4) Daniel Marpartida: Revista Actualidad Psicológica Nº 305 Arte y Psicoanálisis, “Psicoanálisis por venir: Un presente por venir”, 2003
- (5) Beatriz Janin: Revista Actualidad Psicológica Nº 313 Tecnica en Clínica con Niños, “Psicoanalizando niños”, 2003
- (6) M. Silvestre: La neurosis infantil según Freud

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viernes, 29 de junio de 2007

La importancia de la psicología en el deporte. Artículo publicado en Management Deportivo en abril de 2004

Si bien sigue generando polémicas y muchísima resistencia por parte de dirigentes, directores técnicos y preparadores físicos, en los últimos tiempos la psicología deportiva ha experimentado un importante avance en Latinoamérica. Prueba de ello fue la realización en Buenos Aires desde el 18 al 20 de marzo del II Congreso Internacional de Actualización en Psicología del Deporte, organizado por la Asociación de Psicología del Deporte Argentina (APDA) y la Facultad de Psicología de la UBA.

Según Enrique Aguayo Chávez, psicólogo de larga trayectoria en el ámbito deportivo, en Chile hoy son “cerca de 40” los psicólogos que están trabajando en el área del deporte, y esto se nota “especialmente en el fútbol”, ámbito en el que “tres equipos profesionales cuentan con psicólogo y también la Selección Nacional Adulta”. Lamentablemente, ello está lejos de ocurrir en la Argentina, donde el rechazo a la presencia de psicólogos en el fútbol sigue siendo muy grande.

La filosofía nos dice claramente que el ser humano constituye una unidad psico-física. Tan importante como una buena preparación física, entonces, resulta no descuidar el psiquismo de los deportistas, lo que podría ayudar a mejorar el desempeño de dos clases de atletas que el brasileño Benno Becker Jr. define como:

1) Atletas que oscilan mucho en cuanto a su desempeño tanto en los entrenamientos como en las competiciones, o sea que son imprevisibles.
2) Atletas que rinden mucho en los entrenamientos (varios récords han sido rotos allí), pero cuyo desempeño en la competición se presenta por debajo de aquella actuación.

El psicólogo dedicado al alto rendimiento deportivo incursionará en el terreno de las presiones y los miedos que muchas veces -opina el Lic. Marcelo Roffé, presidente de APDA- “constituyen un freno real para el óptimo rendimiento”. Cada vez que aparezca una dificultad de este tipo, por ende, la intervención del profesional especializado será más que necesaria para dilucidar qué hay debajo del iceberg y ayudar al atleta a revertir la situación problemática, intentando que despliegue todas sus posibilidades y rinda al máximo dadas sus condiciones, edad, sexo y la disciplina en cuestión.

lunes, 25 de junio de 2007

La elección vocacional en la adolescencia


La palabra adolescencia deriva del griego adolescere y significa crisis sufrimiento. Todos los que hemos pasado por esta etapa de la vida sabemos que es un período difícil de transitar. El adolescente vivencia cambios a nivel corporal, y por consiguiente muchas veces aparece un duelo por la pérdida del cuerpo infantil y por la seguridad que tenía en compañía de sus padres. Ahora se aburre de los juegos y de las actividades que tanto le agradaban cuando era más chico, se siente extraño. Sus intereses y sentimientos hacia los demás comienzan a cambiar: por un lado ya no es un ñiño, pero tampoco es un adulto independiente. Aquí es cuando generalmente aparecen conflictos con los padres por el tema de los límites y permisos.

El adolescente generalmente establece códigos con su grupo de amigos para intentar diferenciarse de sus mayores. Estas actitudes pueden ser vestirse de deteminada forma imitando a un grupo musical, emplear vocabulario juvenil que los adultos no comprendan, tatuarse, etc. Se muestran rebeldes para intentar diferenciarse de los padres, buscando encontrar su identidad. El adolescente se pregunta “¿quién soy?”, “¿qué es lo que quiero ser?”. Aparece el momento de la elección vocacional, y se plantea “¿estudio o trabajo?”, “¿qué carrera sigo?”, “¿triunfaré con lo que elija?”, “¿seré realmente feliz con mi elección?”.

Un factor importante a tener en cuenta es la actual oferta académica, que en un punto pareciera dificultar las decisiones de los jóvenes dada la variedad de carreras de corta y mediana duración que hay, a diferencia de otros tiempos en los que abundaban elecciones tradicionales diferenciadas por sexo -por ejemplo, las chicas optando por magisterio y los hombres por abogacía o medicina-. Actualmente, además, muchas veces los chicos confunden el éxito efímero -ó rápido- de un personaje que participó en un reality-show, o de un cantante popular de moda, deseando convertirse en un actor o periodista famoso sin tener muy en cuenta la vocación, la aptitud natural y los esfuerzos necesarios para ello. Una elección debe ser abordada desde las potencialidades del adolescente, teniendo en cuenta sus intereses personales pero también las aptitudes y condiciones que la profesión, oficio u ocupación requiere.

Ante un mundo que muchas veces se presenta confuso para el adolescente, hacer una elección de vida que exige plantearse “¿qué quiero hacer de mi vida y con mi vida?” no es tarea sencilla.

Y es que no se trata solamente de optar por especializarse en un trabajo, sino de elegir un modo de vida. No es lo mismo, por ejemplo, optar por una carrera con una clara salida laboral en el país que por otra que, una vez conseguido el título, implique la necesidad de analizar como una posibilidad más que seria un viaje al exterior. Diferirá también en mucho la vida de quien elija un trabajo sedentario de la de aquel que escoja otro en el que se esté en constante contacto con la naturaleza, o uno que requiera la permanente realización de cursos y actividades de posgrado o perfeccionamiento. Toda elección implica una renuncia. Es común que el adolescente sienta angustia por elegir, por ejemplo, Arquitectura, ya que eso implica renunciar al resto de las carreras.

Tomar decisiones siempre se da bajo condiciones de incertidumbre, es decir, supone correr (o sufrir) ciertos riesgos porque no se puede a priori controlar todos los factores involucrados. Ante esta situación conflictiva que se les presenta, algunos jóvenes optan por la misma carrera que haya elegido un amigo o compañero de estudios, sin tomar realmente una decisión auténtica por motivos entre los que suelen encontrarse el temor a fracasar, la inseguridad que les genera una elección o la incapacidad de concretarla por conflictos internos. Puede suceder también que el joven no decida correctamente por subestimar sus capacidades, o simplemente que por temor a contradecir el mandato familiar elija la misma carrera de sus padres, sin cuestionarse si realmente ésa es una elección personal.

El proceso de orientación vocacional brinda un espacio que permite al adolescente cuestionar, reflexionar y clarificar sus intereses, con el fin de ayudarlo a encontrar su verdadera vocación, a través de una elección lo más gratificante y madura posible. Un psicólogo es quien acompaña al joven en el proceso de decisión a través de entrevistas, recolección de información de las distintas carreras y técnicas psicológicas que permitan un conocimiento de sus intereses, habilidades, aptitudes y de los bloqueos personales que obstaculizan e interfieren en la toma de decisiones. Esto le permitirá de acuerdo a sus características personales, desplegar todas sus potencialidades, descubirse como individuo, y por consiguiente descubrir su vocación.

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sábado, 23 de junio de 2007

La Consulta Psicológica por un Niño


Saber determinar a tiempo el momento para realizar una consulta psicológica por un niño no es una tarea sencilla. Como padres, debemos estar atentos a los primeros indicios o pistas que nos puedan orientar en tal sentido; por ejemplo, cambios en la conducta, dificultad para relacionarse con compañeros y amigos, aumento de la agresividad, miedos, terrores nocturnos, frecuentes berrinches, llanto sin motivo aparente y angustia, entre otros síntomas que muchas veces podrían estar encubriendo aquello que el niño no sabe cómo expresar en palabras.

Si bien es esperable que el niño alcance logros en las etapas evolutivas por las que irá atravesando, algún conflicto interno emocional o familiar puede producir estancamientos que le impidan seguir avanzando. Las mudanzas, los cambios de escuela o la muerte de un familiar cercano, por ejemplo, ocasionan en el niño duelos. Al no poder ser elaborada la situación de pérdida, es posible entonces que aparezcan síntomas, angustias e inhibiciones que interfieran en el desarrollo del niño, provocándole dificultades en el aprendizaje u otro tipo de consecuencias. Por ello, y pese a que es importante respetar los tiempos de cada niño, habrá que estar atentos a los retrocesos que pudieran sucederse en el transcurso del crecimiento.

Es necesario destacar en este punto que, más allá de las situaciones ya expuestas, cualquier nuevo acontecimiento cuya elaboración resulte dificultosa para el niño puede ocasionar en él conductas regresivas. La llegada de un nuevo hermanito, por ejemplo, podría llevarlo a querer usar de nuevo el chupete y hacerse pis. El regreso a estadios del desarrollo ya superados debería ser momentáneo, para luego continuar el transcurso normal de su evolución.

Muchos padres suelen desestimar este tipo de síntomas, pensando que cuando sus hijos crezcan “se les van a pasar”. Lo ideal es acompañar a nuestros niños en su crecimiento con contención y seguridad, para que el día del mañana estén preparados para enfrentar mejor los desafíos que se les presenten y no acarreen síntomas o trastornos de la infancia, que pudieran haber sido superados en su momento.

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lunes, 18 de junio de 2007

La importancia del deporte en la infancia y en la adolescencia


Es frecuente escuchar sobre los beneficios físicos que genera el deporte. Sin embargo, debemos tener en cuenta que el ser humano es una unidad psicológica, física, social y espiritual. Por lo tanto, cuando hay desajustes en alguna de las áreas mencionadas, esto trae consecuencias sobre la totalidad de la persona.

Pensemos, por ejemplo, en una persona que padece depresión. En ella prevalecerán pensamientos pesimistas. Preferirá las actividades sedentarias, evitando reunirse con amigos y conocidos. Lo mismo ocurre a la inversa, cuando el bienestar que se produce en el cuerpo a través de la actividad física produce beneficios indirectos en otros aspectos del sujeto.

En épocas pasadas se hablaba de enfermedad psicosomática para referirse al asma, porque el aspecto psíquico y emocional repercutía notablemente sobre los síntomas físicos. Hoy en día, desde el campo de la psicología y la medicina se considera que todas las enfermedades debieran ser tratadas como una unidad psico-física.

No son pocos los beneficios psicológicos que en este sentido se desprenden de la actividad física. Uno de ellos es la Sensación de Bienestar, que trae como consecuencia el Mejoramiento de la Autopercepción Corporal que repercute en el aspecto emocional al elevar la Autoestima. El deporte posibilita al niño y al adolescente un manejo equilibrado de su cuerpo, lo que genera confianza para enfrentar otras situaciones en lo cotidiano, social y familiar. Fomentar la actividad deportiva en la niñez, inducir a los jóvenes al hábito del ejercicio, mejorará necesariamente la calidad de vida de la población adulta del futuro.

Pero es necesario tener en cuenta también que la infancia es por excelencia el período donde se aprehenden hábitos y comportamientos que se sostendrán a lo largo de la vida. No es casualidad, por ejemplo, que los adultos mantengan en un preciado lugar de su corazón el primer equipo de fútbol que alentaron o del que formaron parte, por más que sea de una liga regional, barrial o del ascenso. Si los dirigentes de clubes tuvieran este aspecto en cuenta y se abocaran más al público infantil, tendrían de seguro mayor público estable en el futuro.

El deporte consiste en una actividad lúdica que permite que el cuerpo permanezca en constante movimiento con un propósito. Al ser considerado un juego reglado se deben cumplir normas que posibilitarán el aprendizaje de las normas morales y vinculares, ya que se trata de una competencia que necesitará de otros participantes. Las reglas enseñan lo que se debe hacer y lo que está mal. El hacer trampa deberá ser sancionado por el grupo, árbitro o figura que según el deporte personifique la ley y la autoridad. Esto posibilitará la inserción del niño en la sociedad. Deberán aprender que a veces se pierde y a veces se gana.

En el campo de juego, por otra parte, se ponen en evidencia los aspectos más nobles y los vicios más detestables de los hombres. Ante las reglas se deberá estar alerta y atento para poder aplicarlas y responder adecuadamente ante la reacción de otros participantes. Esto indica que se necesita responder con inteligencia, aspecto psicológico de la personalidad.

El deporte, además, fomenta la disminución de la ansiedad, el manejo del stress y la agresividad al servicio de un actividad socialmente aceptada, la decisión para obtener éxitos, la resolución de problemas, la honradez, el buen humor, el mejoramiento de las relaciones sociales a través del afán de superación de metas, el espíritu de lucha, la capacidad de cooperar y trabajar en equipo, el fomento de valores y actitudes, la maduración personal y de grupo y la empatía con otros participantes o camaradas.

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